PEDRO
G. BRICEÑO - LISTIN DIARIO
SANTO DOMINGO, RD.- Los primeros contactos que tuvo Pedro Martínez con los Dodgers
fueron en 1984 y eran los de un niño que viajaba cada semana desde Hato Mayor
hasta San Pedro de Macorís, para entonces hogar del equipo, con una maleta
repleta de ropa y otros utensilios para entregarla a su hermano Ramón, quien
para entonces había firmado por un bono de 3,000 dólares con la afamada
franquicia.
Pequeño
y flaquito, con apenas 13 años, Pedro tenía la encomienda de su madre
Leopoldina de visitar a su hermano mayor y llevarle ropa limpia, alimentos, entre
otras cosas y retornar a casa cargado de utensilios para ser lavados y
planchados.
Empero,
entre viaje y viaje, el inquieto muchacho tomaba un guante y trataba de “aparar
pelotas” con los jugadores ya firmados, acción que veía culminar cuando alguien
del grupo de supervisores lo observaba y le gritaba.
“Hey
muchachito apártate de ahí que te pueden pegar un pelotazo”.
Esa
expresión, la recuerda perfectamente Rafael Ávila, el eterno jefe de
operaciones de los Dodgers, quien para entonces a cada momento tenía que estar
acechando al joven, pues era persistente con involucrarse entre los ya firmados
para integrarse a las prácticas.
Para
esa época ni se soñaba que Pedro se convertiría en un Dodger en el futuro.
Aunque
la franquicia contaba con excelentes escuchas al principio no habían señales en
el horizonte de una firma para el profesionalismo, solo el ser el hermano
pequeño de Ramón era lo único que lo conectaba con la organización.
Con
el pasar de algunos años, ya Elvio Jiménez, uno de los más consagrados escuchas
de la franquicia, lo había observado en Manoguayabo y a pesar de su pequeño
tamaño y poca estatura lo invitan al Campo Las Palmas para ser observado en su
primera oportunidad para convertirse en un profesional.
En
este escenario, único para la época en el país y que abrió las puertas para la
construcción del grupo de academias que los jóvenes peloteros dominicanos
disfrutan hoy día, Pedro encontró el personal más idóneo que le brindó
albergue, lo educaron y lo asumieron como un gran hijo, tal como había ocurrido
con otros portentosos jugadores de la organización como Alejandro Peñá, Pedro
Julio Astacio, Henry Rodríguez, Raúl Mondesí, José Offerman, Juan Guzmán y por
supuesto su hermano Ramón.
Aunque
llegó “chiquito” y con un físico cuestionable, en una época donde las
franquicias buscaban lanzadores de gran estatura, Pedro arribó con el corazón
de un guerrero y pudo quedarse en el primer tryout que hizo ante el cuerpo de
supervisores de los Esquivadores. El y otro lanzador fueron los únicos en pasar
el primer examen de una docena de monticulistas que buscaban impresionar en su
prueba inicial en el hogar de los Dodgers, para entonces una gran universidad
de la enseñanza para cualquier prospecto que anhelaba desarrollarse en el
béisbol.
“No
fue que demostró mucho la primera vez que estuvo con nosotros, lo que nos gustó
fue su determinación por hacer las cosas bien.
Tu
sabes que estos novatos actúan observando los rostros de los supervisores para
ver las impresiones de estos, Pedro no hacia nada de esto, no miraba a nadie,
solo se concentraba en su trabajo”, expresó Eleodoro Arias, un verdadero héroe
detrás de la carrera de Martínez y quien por muchos años fue coach de pitcheo
de los Dodgers en Dominicana.
A
Rafael Ávila, una historia viviente del béisbol, le gustaron algunas cosas que
observaba en Pedro no necesariamente en el diamante.
Sus
largos años de experiencia le decían que el hoy inmortal tenía el instinto para
convertirse en un gran lanzador.
La
disponibilidad y el corazón que ponía para hacer las cosas eran dos factores
que llamaban la atención del famoso “gurú” del juego, además de que era una
persona que se hacía sentir en el equipo y por este hecho en ocasiones tuvo que
llamarle la atención.
“Recuerdo
que cuando le enseñamos el pitcheo en cambio, varios días después nos vimos en
las prácticas y me dijo, “mira viejito párate ahí y ven a ver como lo estoy
tirando”, a lo que Ávila se sorprendió al observar a Pedro lanzar este pitcheo
de dos formas diferentes a como les habían indicado.
Agrega
que Pedro quizás no era el más espigado y fornido de los lanzadores, pero tenía
tres factores fundamentales para triunfar en este deporte, brazo, corazón y lo
que llamó la sexta herramienta que debe tener todo jugador, “cabeza bien
puesta”, expresa el ex jefe de operaciones de unos Dodgers que para la época
recibieron gran parte del mejor talento de dominicanos.
Primera
supervisión
De
su lado, Eleodoro Arias expresó que “sabía que teníamos que trabajar mucho con
él, cuando llegó su recta apenas alcanzaba las 82 millas y su poco físico hacía
pensar que no avanzaría mucho, no tenía curva definida, ni tiraba el cambio,
pero desde temprano nos dimos cuenta que era inteligente y dueño de un gran
corazón”. agrera Eleodoro, quien junto a Silvano Quezada, Pablo Peguero, Elvio
Jiménez y Ávila lo supervisaron la primera vez.
Que
le gustaba a Eleodoro de Pedro, su soltura, determinación, manos adecuadas y
dedos muy largos para ser una persona pequeña. El gran sabueso del pitcheo se
puso a trabajar con él y los resultados no se hicieron esperar.
Arias
narra que mientras los otros lanzadores batallaban por ser controlados,
Martínez dibujaba en las esquinas y sus pitcheos caían de strike. Esto lo llevó
rápido a las Grandes Ligas y gran parte de los mejores bateadores de la época
se quedaban boquiabiertos cuando veían pasar un tercer strike del dominicano.
“Siempre
fue un pitcher de gran dedicación y esto lo llevó al éxito”, agrega Pablo
Peguero, quien para entonces era Director de Scout y desarrollo del Campo Las
Palmas.
Peguero
recuerda que luego de una gran apertura, en su momento en que debía estar
descansando, Pedro se sentaba en las gradas y se ponía a narrar el siguiente
partido, incluso decía el lanzamiento que debía tirar el pitcher al bateador en
un momento determinado. “En ocasiones teníamos que mandarlo a callar la boca”,
expresa uno de los hombres grandes en la historia de los Dodgers.
Ávila
sostiene que hubo que lidiar mucho con él, quería ser la atracción de todos aún
cuando no estaba lanzando.
“Esas
cosas que hizo en el propio camerino de Boston en el Fenway Park que se
amarraba a un poste y andaba tirándole agua a los compañeros con una pequeña
pistola ya lo hacia con nosotros antes”, recuerda Ávila.
Elvio
Jiménez fue en 1988 el primer manager que tuvo Martínez en la Dominican Summer
League, pero antes ya lo había observado siendo un niño en Manoguayabo en los
días en que los Dodgers coqueteaban con su hermano Ramón.
“Ramón
a ese hermanito tuyo lo vendré a buscar un día de estos y me lo llevaré para el
Campo las Palmas”, le había dicho el sabueso Elvio al hermano mayor de Pedro, a
lo que Ramón le contestó que él aún juega en el campocorto en una liguita.
Elvio
recuerda que en los torneos de la Liga de Verano en 1988 y 89, Pedro fue una de
las figuras destacadas en las coronas obtenidas por los Dodgers en esos años
frente a los Tigres de Detroit y Atléticos de Oakland.
“Siempre
salía al montículo y nos brindaba seis buenas entradas, era un tipo consistente,
un gran lanzador desde sus primeros días”, narra Jiménez.
Incluso se dio a conocer grandemente en los Dodgers para 1988 cuando el
equipo disputaba una final con los Tigres de Detroit y la misma se encontraba
igualada a un partido, Elvio había utilizado a todos los sus pitchers en el
segundo encuentro para igualar, menos a Pedro, quien pidió la pelota y lanzó
8.1 de sólidas entradas, en ese momento comenzó la grandeza del hoy inmortal de
Cooperstown.