No se pueden perder las
esperanzas. En el mundo real de los adultos y en el mundo fantasioso de los
niños todavía quedan algunos optimistas confiados en que “algo grande puede
suceder” y que aquello que los milagrosos Reyes Magos no les pudieron traer en
la fecha prevista, se lo traerá el día menos pensado la bonachona Vieja Belén.
Que los niños,
entregados a su sana inocencia, sigan esperando año tras año un milagro como el
de los panes y los peces, es comprensible. Pero que hombres y mujeres hechos y
derechos no acaben de entender que cada uno cosechará lo que siembre, no tiene
justificación.
Muchos de estos
alimentan su sueño aferrados a que este es un año electoral y que no les
faltará un enllave que quede “pegao” en el próximo gobierno y les propicie una
“botella” que les compense los años de “crujía” que les ha tocado vivir.
Pero no se entusiasmen,
amigos míos. La Vieja Belén solo tiene oídos para los niños pobres. ¡Y a veces
ni para ellos!
Para los vividores que
sólo esperan a que el mango caiga, a la pobre vieja no le queda nada.
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