MANUEL DÍAZ APONTE
En pocos días, la población mundial estará concentrada en la celebración
de la Copa Mundial de Fútbol, que tendrá como escenario a Brasil, una de las economías más
pujantes del mundo. Para toda América Latina es un orgullo que el gigante del
cono sur sea la sede de este magno evento deportivo, y por lo cual debemos
abogar que alcance todo el éxito.
Precisamente, la primera vez que se organizó este clásico mundial, fue
en Uruguay, Montevideo, en 1930. Posteriormente, otras naciones
Latinoamericanas, como Brasil; Chile, México, Argentina y Colombia obtuvieron
ese honor.
Los brasileños celebraron su primera copa mundial en 1950, siendo la
primera sede tras la Segunda Guerra Mundial, cayendo derrotados 2-1
frente al seleccionado uruguayo en el mítico estadio de Maracaná, en Rio de
Janeiro.
La población de Brasil y de toda América Latina debe integrarse a
respaldar la Copa Mundial de Fútbol que se inaugurará en la hermosa y acogedora
ciudad de Rio de Janeiro, dejando de lado las pasiones y el movimiento que
intenta boicotear la histórica cita.
Ciertamente, todavía en Brasil hay millones de personas que carecen de
una vivienda y de los servicios más elementales para lograr una vida digna. Y
las protestas buscan reivindicar el derecho legítimo de esos seres humanos que
merecen una vida mejor.
Sin embargo, no se puede ignorar que tanto en las administraciones del
ex presidente Luís Ignacio Lula Da Silva como de la actual mandataria, Dilma
Rousseff, se concentran los mayores esfuerzos por reducir las desigualdades
sociales en esa nación suramericana.
Diversos organismos, entre ellos, el Banco Mundial, han reconocido que
en el gobierno de Lula, 40 millones de brasileños dejaron la pobreza para pasar
a convertirse en clase media con capacidad de consumo.
Y probablemente, sean Rousseff y Lula los dos gobernantes
que mayores iniciativas sociales hayan aplicados dirigidas a los más
desamparados de la fortuna.
Es decir, la pobreza en Brasil como en casi toda Latinoamérica tiene
raíces históricas, lo mismo que el robo de los fondos públicos. Los
colonizadores europeos tanto los portugueses que se establecieron en el
territorio brasileño, como los españoles que lo hicieron en otras latitudes de
la región, incluida la República Dominicana, nos enseñaron a malversar.
Sorprende que ahora algunos medios occidentales estén magnificando y hasta
incentivando las protestas que realizan sectores marginados brasileños que
pretenden inútilmente de impedir la celebración de la Copa Mundial de Fútbol.
¿Acaso la pobreza que estrangula a millares de brasileños actualmente es
una consecuencia de la realización de esta Copa Mundial de Fútbol?
Obviamente que no. Es la desigualdad social, la corrupción administrativa
de los bienes públicos y la ausencia de políticas que promuevan la generación
de empleos, especialmente en el área rural, tradicionalmente el mayor foco de
conflictos ante el fantasma del latifundismo que ha perseguido la historia y
crecimiento de esta nación.
Diversas producciones cinematográficas y telenovelas, entre ellas,
“Roque Santeiro”, han recreado exitosamente el drama de la concentración de las
tierras en pocas manos y de la pauperización del campesinado de Brasil, penosa
experiencia que se registra en toda América Latina.
Marcelo Neri, economista autor de un texto reciente sobre "La nueva
clase media" en Brasil, apunta que una parte significativa de los
brasileños experimentaron en los últimos diez años un notable ascenso económico
y social.
Según Neri, quien preside el Instituto Brasileño de Investigación
Económica Aplicada, entre 2003 y 2011 cerca de 39,6 millones de
personas pasaron a engrosar esa clase "C" en Brasil, que sumó 55,05%
de la población total de casi 195 millones de habitantes.
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