Sal 97: Grandes y
maravillosas son tus obras, Señor, Dios omnipotente.
Lc 21,12-19: Todos les
odiarán a causa de mi nombre, pero no se perderá ni un cabello de su cabeza.
La crítica que Jesús
dirige contra el Templo de Jerusalén, contra las familias que controlan el
sacerdocio de ese templo y contra la peligrosa connivencia entre las
autoridades locales y los invasores romanos, se vuelve peligrosa, no sólo para
él sino para el grupo que le sigue. En pocos meses se desataría una persecución
que habría de prolongarse durante varios siglos más.
Ante esta perspectiva,
el evangelista recuerda que ese riesgo es un elemento constitutivo del
evangelio.
No se puede pretender
cambiar el mundo, sin que al mismo tiempo ese mundo se vuelva en contra.
El mérito del
cristianismo, en sus primeros siglos de existencia, fue el de servir de
levadura que transformó la situación de millones de personas marginadas; el
gran riesgo que corrió fue el de asimilarse a la cultura dominante y terminar
siendo parte de lo que quería cambiar.
Una buena alternativa
para el cristianismo es dejar que Jesús nos dé nuevamente la prudencia y la
elocuencia de su Palabra. Volver una y otra vez a la fuente, es decir, al amor
primero para permear la cultura que queremos cambiar.
Concédenos, Señor, la
gracia de perseverar en tu amor para poder enfrentar las vicisitudes que se nos
presentan día a día en nuestra fe hasta la vida eterna.
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