MANUEL DÍAZ APONTE
Las elecciones
presidenciales de Brasil ponen en juego la aplicación de dos modelos políticos,
uno orientado a proteger por medio a subvenciones a los núcleos poblacionales
más empobrecidos y así reducir la brecha social y el otro de carácter
neoliberal, donde la oligarquía tradicional brasileña seria el epicentro de
acción con miras a controlar la economía y crear un nuevo acercamiento con
Estados Unidos.
Este último modelo
buscaría un retorno de los vínculos hacia la potencia del norte, cuyas
relaciones con el gigante suramericano están estancadas a partir del enojo de
las autoridades brasileñas tras las revelaciones de Edward Snowden de que la
Agencia de Seguridad Nacional de Estados Unidos espió las comunicaciones de los
presidentes de Brasil y México.
Los grupos
tradicionales de poder en Brasil se oponen radicalmente a que el Estado siga
favoreciendo con medidas proteccionistas a los marginados.
La presidenta de
Brasil, Dilma Rousseff, suspendió una visita de Estado a la Casa Blanca, en
Washington, que tenia pautada para este mes de octubre, y demandó de su
homólogo Barack Obama disculpa pública por el espionaje contra las autoridades
brasileñas.
El domingo 26 del
presente mes no será un día cualquiera para Brasil, la sexta economía mundial y
primera de América Latina, porque sus ciudadanos y ciudadanas escogerán entre
las dos opciones políticas que representan la permanencia en el poder de la
izquierda liberal o el regreso de la socialdemocracia.
Dilma Rousseff, actual
mandataria de las filas del Partido de los Trabajadores (PT), está tirada a las
calles buscando metro a metro el voto de sus conciudadanos y enarbolando las
transformaciones sociales hechas por su gobierno y los dos periodos
gubernamentales de Luiz Inácio Lula da Silva.
Su adversario, Aécio
Neves, nieto del ex presidente Tancredo Neves, logró captar este fin de semana
el apoyo de Marina Silva, la dirigente ecologista que terminó en tercer lugar
en la primera ronda de votaciones.
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