EDITORIAL EL DIA.
Hay dos artículos que,
de un tiempo a esta parte, tienen una permanencia constante en las páginas y
las noticias de los medios de comunicación. Se trata del pollo y la gasolina.
Nadie ignora la
incidencia que tiene la fluctuación de los precios de los combustibles en la
canasta familiar. La carne de pollo, de alto consumo en un gran número de
hogares dominicanos, tiene que llegar a los mercados y lugares de consumo
mediante acarreo.
En toda la geografía
hay granjeros y productores de pollo que abastecen el mercado. Son empresas que
a la vez tienen o contratan una flotilla de vehículos para su acarreo o
distribución, y que, naturalmente, consumen combustible.
El costo del galón de
gasolina, de una u otra forma, termina incidiendo en el precio final de la
libra de pollo. Sea de manera explícita o con arreglos encubiertos. Si el
combustible no sube no hay razón de que haya un sensible incremento en el
precio del pollo.
Todavía no disponemos
de un estudio que establezca claramente qué cantidad de los hogares de la clase
media y los sectores vulnerables consume carne de pollo.
Algo que sí está claro,
es que tiene un alto consumo en la población, a nivel nacional. Esta
percepción, por sí sola, debería mover con mayor voluntad y energía a los
organismos reguladores con que contamos, para que haya una mayor vigilancia en
torno al control del precio final, y que termina pagando el consumidor.
Se trata de organismos
que, cuando sea necesario, tienen que hacer sentir su autoridad y ante la
violación alegre impongan los correctivos y las sanciones que se establezcan
cada caso.
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