POR MIGUEL GUERRERO.
A despecho de la
percepción oficial, los dominicanos se sienten inseguros debido al auge de la
criminalidad y la delincuencia. Es la
impresión que se advierte cuando se escucha hablar a las personas en las calles
y los centros de trabajo.
Las frecuentes reseñas
en los medios de asaltos y violaciones aumentan los temores ciudadanos. Han
ocurrido asesinatos y violaciones dentro de hogares y negocios con absoluta
impunidad, como si no existiera temor alguno a la autoridad o a la ley.
Indefensos ante este exceso de brutalidad, los ciudadanos optan por modificar
sus hábitos. Reducen sus compromisos nocturnos y no se aventuran por lugares
que no frecuentan o desconocen.
El incremento de la
criminalidad a niveles como pocas veces se recuerda no sólo afectan a los
dominicanos. También golpea los extranjeros, especialmente a los turistas.
Aquellos que ávidos de conocer otros lugares y entremezclarse con el pueblo
salen del ámbito protegido de los hoteles de nuestros polos turísticos se
exponen a ser asaltados y violados, como ya ha ocurrido en numerosas
oportunidades.
El país está alarmado y
tiene la aprehensión de que la delincuencia seguirá imponiéndose.
Esa percepción,
correcta o falsa poco importa, terminará minando la confianza en los organismos
responsables de velar por la seguridad ciudadana.
Es evidente que si bien
la tarea de enfrentar la ola de criminalidad que nos arropa corresponde a la
Policía, es justo admitir que los ciudadanos tenemos una enorme responsabilidad
frente al fenómeno y es la de contribuir, cada quien en la medida de sus
posibilidades, con los esfuerzos que a nivel oficial se realicen, dentro del
marco estricto de la ley y la Constitución. Si no enfrentamos el crimen
nuestras calles y ciudades se convertirán en selvas inhabitables.
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