POR SERGIO CEDEÑO
Victoria pírrica es una
frase muy común en la política y en la lucha militar. Tiene su origen en el rey
Pirro, quien tenía su reinado en la antigua región griega de Epiro.
La guerra era lo
cotidiano en la antigüedad. Se peleaba por todo.
En una de esas batallas
en que participó el rey Pirro contra el ejercito imperial romano, logró ganar,
pero con una perdida de tantas tropas, que expresó: “Otra victoria como ésta… y
perdemos la guerra”.
Ciertamente, Pirro
ganó, pero prácticamente quedó sin ejército, lo que lo condenaba a un futuro
incierto, lleno de peligros y a merced de otros enemigos.
Poco después de su
“victoria”, el rey Pirro perdió la guerra.
En una lucha política o
militar, no basta con ganar una batalla. Es fundamental ganar la guerra y para
ganarla, nunca debe comprometerse la logística de suministros, ni mucho menos,
el implementar la estrategia de “todo o nada”.
La capacidad de ser
flexible es un valor intangible básico para implementar estrategias. Como dice
el Talmud, “Sé flexible como un junco, no tieso como el roble”.
Lo tieso se rompe con
la presión, lo flexible, se adapta y triunfa.
Ante aquellos que
practican el todo o nada y “su verdad” es lo único que vale; ante aquellos que
desdeñan y miran por encima del hombro a los demás; ante aquellos que actúan
con desprecio, altanería y prepotencia; les recuerdo los versos del poeta
ingles John Donne, utilizados por Ernest Hemingway para su novela por quien
doblan las campanas que dicen:
“Ningún hombre es una
isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una
pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una
porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio,
o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una
isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la
humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por
ti.”
En un mundo donde la
autarquía desapareció hace mucho. Y la modernidad impone la obligación de
actuar en redes, el creerse único, imprescindible, irreemplazable, es no
entender que el mundo cambió y que nada, por más importante que sea, dura para
siempre. Solo lo divino es eterno y que yo sepa, ningún hombre sobre la tierra,
ha logrado ser Dios.
El autor es periodista
y politólogo
sergiocedeno@hotmail.com
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