Manuel Díaz Aponte
Nadie con un mínimo de sensibilidad humana dejaría de condenar la terrible
tragedia ocurrida en el maratón de Boston, emblemática ciudad del Estado de
Masschasuet, Estados Unidos, con saldo de tres personas muertas y más de un
centenar de heridos.
Como era de esperarse la repulsa ha sido generalizada a nivel mundial, dada
las circunstancias en que ocurrieron los hechos; su impacto, momento y
lógicamente por el número de víctimas, entre ellos, un niño de ocho años de
edad.
Las secuelas de esa acción criminal y terrorista perdurarán para siempre
ante el penoso cuadro de decenas de mutilaciones entre los asistentes al evento
deportivo.
Las dos explosiones de bombas en el tramo de la meta final del clásico
deportivo no tan solo han llenado de pánico a los residentes de Boston, sino
que igualmente ha motivado el reforzamiento de medidas de seguridad extrema en
las principales ciudades norteamericanas.
El propio presidente de Estados Unidos, Barack Obama, al condenar la acción
exhortó a los estadounidenses a no entrar en pánico colectivo y a esperar las
indagatorias de los organismos de seguridad nacional.
Efectivamente, agentes del Buró Federal de Investigaciones (FBI) y la CIA
tratan de establecer el motivo de esos atentados, de los cuales se han responsabilizados
a los hermanos Tamerlan y Dzhokhar Tsarnaev, de origen checheno. El primero de
26 años murió en un supuesto tiroteo tratando de evadir la persecución de
agentes de seguridad y el segundo, de 19 está ingresado en el hospital Beth
Israel de Boston, desde que fue capturado vivo después de casi 24 horas de
persecución y un gran despliegue de las fuerzas de seguridad.
Lo cierto es que nuevamente la sociedad norteamericana vuelve sufrir las
consecuencias del terror y violencia causado por la intolerancia. Aunque
todavía los organismos de seguridad de Estados Unidos no han podido establecer
con exactitud las razones que impulsaron a los dos jóvenes que nacieron en la
República de Chechenia a perpetuar su acción criminal las indagatorias preliminares
apuntan hacia un nuevo atentado terrorista.
¿Por qué el territorio norteamericano se ha convertido en blanco de ataques
del terrorismo internacional?
La esencia del problema hay que buscarlo en el odio esparcido por el mundo
generado por la política exterior de Estados Unidos a partir de su visión
hegemónica y de intromisión en asuntos internos de las demás naciones, lo que
ha traído como consecuencia no tan solo la invasión militar sino también la
destrucción de valiosos patrimonios históricos-culturales como ocurrió en Irak
y la guerra en Afganistán, con el consiguiente balance negativo de pérdidas
humanas y de millones de dólares en equipos y herramientas bélicas.
No cabe duda que el gobierno de Estados Unidos tiene que aplicar una nueva
política exterior basada en la cordialidad, respeto a la soberanía de los
pueblos, la reciprocidad, la cooperación entre las naciones del mundo sin
intenciones de violación a su identidad y reducir esa hegemonía militar que
tantos conflictos ha suscitado en el planeta.
¿Por qué no seguir los ejemplos de China y Japón que han preferido
priorizar en su crecimiento productivo y fortalecimiento económico, en vez de
continuar la alocada carrera armamentista? Ciertamente, la gran potencia del
norte ha gastado miles de millones de dólares en promover una industria armamentista que en la práctica le
ha producido muchos dolores de cabeza y enfrentamientos en el plano interno y
externo.
En ese contexto, parece ser que los actos violentos que lamentablemente
vienen ocurriendo en Estados Unidos desde aquel nefasto 11 de septiembre del
2001, cuando fueron derribadas las torres gemelas de Nueva York tras el impacto
de aviones piloteados por terroristas, proseguirán por las características en
que se suceden en el interior del propio territorio norteamericano.
Con anterioridad a esa condenable tragedia ya varias delegaciones
diplomáticas de Estados Unidos en África, Asia y Europa habían sido impactadas
por atentados terroristas con saldos de varias personas muertas y heridas.
La siembra del odio generada por esa política de intromisión, ha provocado
que el país que se suponía era el más seguro del planeta haya dejado de serlo.
¡Qué lamentable!
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