jueves, 25 de abril de 2013

RECORDANDO A RENÉ Y MIRANDO A NORBERTO.


 ANDRÉS L. MATEO

Después de la muerte de mi madre, y el exilio económico de la suya en los Estados Unidos, nos fuimos a vivir a la pensión de “doña prima”, en  la calle Padre Billini esquina Santomé. Dos tipos con libros, que hablaban de poesía y creían en el mito de que la redención social era posible.

 Por eso, mientras lo condecoraban yo comencé a pensar en René del Risco, con quien nos juntábamos a compartir entonces las mismas inquietudes. Era macorisano también, y tanto Norberto como yo lo queríamos mucho.  La mañana de un sábado de octubre de 1972 nos despedimos  de René. En el viejo carrito “cepillo” de Tony Raful habíamos ido a su casa  con Norberto James. Llovía y era sábado, las ciudades se entristecen entonces.

Norberto y yo nos íbamos del país, e inventariábamos los afectos para apertrecharnos contra el desarraigo. René era ya famoso. Tenía una cierta posición económica, y estaba claro que nos envidiaba porque éramos nosotros los que partíamos. Teníamos urgencia de cuestionar el futuro (Norberto siempre decía: “Hay que irse, no  se puede sonar como un tambor, vacío por dentro”); él estaba cansado, eran demasiados combates, demasiada soledad.

 La conciencia se amolda a la molicie del presente, pero René  era un insurrecto. La cara limpia, los cabellos mentolados, la mirada furiosa y escrutadora, el pecho un poco hundido hacia la pequeña jiba que se le hacía en la espalda. Nos abrazamos y nos dijo de todo corazón: “Cuídense, muchachos”. Antes de irnos, nos pidió la dirección porque pensaba mandarnos algún dinero, y desplegó aquella sonrisa de niño sabichoso que siempre lo acompañaba.

     Jamás lo volveríamos a ver. Nos enteramos de su muerte en el frío invierno europeo de 1972, camino a Cuba, que era nuestro destino. La realidad impone al ensueño su decorado, y puede que René se haya quedado tendido sin remedio ante la muerte, pero para mí que se fue con nosotros.

Quizás esto sea impensable (Jorge Luis Borges dice que la muerte es sólo un dato estadístico), pero tal vez  no pudo soportar esa fuerza que de repente se le oponía, y a lo mejor todavía anda perdido por París. La temporalidad es a propósito ambigua, Norberto y yo podríamos estar esperando todavía esa carta con algún dinero que nunca llegó.

Y yo ahora lo miraba a él, el Cocolo James,  siendo reconocido por el pueblo en que nació;  y me llegaba la imagen de René, aquél sábado 8 de octubre de 1972, abrazándonos y diciendo, como en el viejo tango: “Adiós muchachos”.

    Soy casi viejo y tengo derecho al inventario.

La vida es siempre un viaje a las antípodas, un deseo incesante de perfección que nos obliga a hundirnos en ese terror que ni el insulto ni la pasión misma pueden evitar, contando con que la ignominia y la justicia, Dios y el horror, estarán eternamente fundidos. Por eso, cuando la asfixia moral de una sociedad cercada por sus propios espantos me atosiga, regreso a esa estación de la vida en la que me están esperando tantos sueños perdidos.

¡Hay una audacia permitida que lo valida todo en la sociedad dominicana de hoy! Pero en mi alma es sábado y está lloviendo. René del Risco Bermúdez  sonríe, sin embargo es un hombre que debe morir. ¿No es inútil ese aire frío que lo  ronda,  esa altivez en que se admira, como Narciso mirándose en el fondo del agua?  ¡Oh, Dios! Tal vez sólo habíamos vivido en el seno de un lenguaje puramente poético, y deberíamos todos avergonzarnos de nuestros viejos combates. Pero en mi alma es sábado y está lloviendo…

No hay comentarios:

Publicar un comentario