El 16 de abril de 1955,
Albert Einstein experimentó una hemorragia interna causada por la ruptura de un
aneurisma de la aorta abdominal, que anteriormente había sido reforzada
quirúrgicamente por el Dr. Rudolph Nissen en 1948. Einstein rechazó la cirugía,
diciendo:
"Quiero irme
cuando quiero. Es de mal gusto prolongar artificialmente la vida. He hecho mi
parte, es hora de irse. Yo lo haré con elegancia." Murió en el Hospital de
Princeton a primera hora del 18 de abril de 1955 a la edad de 76 años.
En la mesilla quedaba
el borrador del discurso frente a millones de israelitas por el séptimo
aniversario de la independencia de Israel que jamás llegaría a pronunciar, y
que empezaba así: "Hoy les hablo no como ciudadano estadounidense, ni
tampoco como judío, sino como ser humano".
Einstein no quiso tener
un funeral rutilante, con la asistencia de dignatarios de todo el mundo. De
acuerdo a su deseo, su cuerpo fue incinerado en la misma tarde, antes de que la
mayor parte del mundo se enterara de la noticia.
En el crematorio solo hubo 12 personas, de los
cuales estuvo su hijo mayor. Sus cenizas fueron esparcidas en el río Delaware a
fin de que el lugar de sus restos no se convirtiera en objeto de mórbida
veneración. Pero hubo una parte de su cuerpo que no se quemó.
Durante la autopsia, el
patólogo del hospital, Thomas Stoltz Harvey extrajo el cerebro de Einstein para
conservarlo, sin el permiso de su familia, con la esperanza de que la
neurociencia del futuro fuera capaz de descubrir lo que hizo a Einstein ser tan
inteligente. Lo conservó durante varias décadas hasta que finalmente lo
devolvió a los laboratorios de Princeton cuando tenía más de ochenta años.
Pensaba que el cerebro de Einstein "le revelaría los secretos de su
genialidad y que así se haría famoso."
Hasta ahora, el único
dato científico medianamente interesante obtenido del estudio del cerebro es
que una parte de él - la parte que, entre otras cosas, está relacionada con la
capacidad matemática - era más grande que la misma parte de otros cerebros.
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