domingo, 12 de enero de 2014

VICTORIA PÍRRICA.

POR SERGIO CEDEÑO
Victoria pírrica es una frase muy común en la política y en la lucha militar. Tiene su origen en el rey Pirro, quien tenía su reinado en la antigua región griega de Epiro.

La guerra era lo cotidiano en la antigüedad. Se peleaba por todo.

En una de esas batallas en que participó el rey Pirro contra el ejercito imperial romano, logró ganar, pero con una perdida de tantas tropas, que expresó: “Otra victoria como ésta… y perdemos la guerra”.

Ciertamente, Pirro ganó, pero prácticamente quedó sin ejército, lo que lo condenaba a un futuro incierto, lleno de peligros y a merced de otros enemigos.

Poco después de su “victoria”, el rey Pirro perdió la guerra.

En una lucha política o militar, no basta con ganar una batalla. Es fundamental ganar la guerra y para ganarla, nunca debe comprometerse la logística de suministros, ni mucho menos, el implementar la estrategia de “todo o nada”.

La capacidad de ser flexible es un valor intangible básico para implementar estrategias. Como dice el Talmud, “Sé flexible como un junco, no tieso como el roble”.

Lo tieso se rompe con la presión, lo flexible, se adapta y triunfa.

Ante aquellos que practican el todo o nada y “su verdad” es lo único que vale; ante aquellos que desdeñan y miran por encima del hombro a los demás; ante aquellos que actúan con desprecio, altanería y prepotencia; les recuerdo los versos del poeta ingles John Donne, utilizados por Ernest Hemingway para su novela por quien doblan las campanas que dicen:

“Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.”

En un mundo donde la autarquía desapareció hace mucho. Y la modernidad impone la obligación de actuar en redes, el creerse único, imprescindible, irreemplazable, es no entender que el mundo cambió y que nada, por más importante que sea, dura para siempre. Solo lo divino es eterno y que yo sepa, ningún hombre sobre la tierra, ha logrado ser Dios.

El autor es periodista y politólogo

sergiocedeno@hotmail.com

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