jueves, 24 de enero de 2013

¡PAREMOS LA HEMORRAGIA TELEVISADA!

FREDDY ORTIZ-LISTIN DIARIO.

Apelo al buen sentido común y cívico de los que dirigen los noticiarios de televisión y programas afines, para que hagan un alto en la carrera morbosa que han desatado, exhibiendo sin pudor las escenas sangrientas que se corresponden con víctimas de asesinatos y accidentes de tránsito.

La familia es agredida por estas escenas que ni siquiera se hacen en planos amplios de cámara, sino cada vez en más “extreme close up”, con lo que parece se busca ir adelante en la carrera por complacer una seudo-vampiresca necesidad de esta sociedad, que ya no requiere ver la sangre en televisión, porque padece el crimen en sí o en conocidos cercanos.

No es cierto que se logra concitar la simpatía y favor de la teleaudiencia presentando tomas cerradas de balazos en el pecho que gotean sangre, piernas rotas o cadáveres lanzados en la “cama” de una sucia camioneta, cual perros realengos envenenados, o el desgarrador llanto de una madre ante el cadáver de un hijo asesinado.

 El seno del hogar, único refugio donde la familia cree sentirse segura, no puede seguir siendo agredido por estas escenas grotescas, generadoras de asco y gran nerviosismo, amén del trauma que producen. Cualquier psiquiatra puede hablar sobre la consecuencia a posteriori de ser expuestos a esta barbarie.

 Para conmovernos, con la información basta. Por tanto, impongan un límite y apliquen la ética que les caracteriza para manejar otros géneros noticiosos. Volvamos a este lado de la delgada línea que hay entre la información y el morbo, porque este es tan frecuente en la televisión, que poco a poco nos acostumbramos a una imagen casi natural de lo trágico.

Pronto, ni caso le haremos, y hacer indiferente a la sociedad ante el crimen, sería grave. Apelo a un acuerdo común entre noticiarios y programas del género, para detener esta vorágine perniciosa y sádica. Y nótese que no me dirijo a institución gubernamental reguladora alguna, porque sería inútil, sino a la responsabilidad social de los que dirigen esos programas.

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