jueves, 29 de noviembre de 2012

MUERTE DE GASTON FERNANDO DELIGNE.

DEL LIBRO: ETERNA COMPAÑERA.
 AUTOR SERGIO CEDEÑO.

No tocó los alimentos del desayuno. La melancolía y la nostalgia llenaban cada rincón de su estómago vacío. Buscó en un cajón de la mesita de noche, el revolver adquirido recientemente. Acarició el cañón negro del arma, mientras su mirada inexpresiva se perdía en el horizonte. Sus ojos se humedecieron y una lagrima rodó por su mejilla. Rezó una plegaria por sus tres hijos y se sentó en el borde de la cama. El disparo retumbó como un trueno.Un solo disparo en la sien, y su cuerpo lánguido y llagado cayó pesadamente.

A su lado, abierto, el libro "Los Motivos de Proteo", de José Enrique Rodó. "El tránsito violento suele ser necesario", se leía en uno de los párrafos de la página abierta. !Vaya epitafio escogido!

Sobre el cuerpo de Gastón había otro libro de poemas del francés Alphonse de Lamartine, y en un párrafo subrayado con tinta aun fresca, se podía leer: "Estoy cansado de la vida y de la luz del sol. Anhelo la muerte, tinieblas del sepulcro. Venga la muerte, venga. Venga la tierra humedad a cubrir mi frente pálida y mis ojos desecados. Y sobre mi oscura tumba dancen las hojas secas del otoño su nocturna y macabra danza".

La catedral estaba abarrotada. Las lagrimas corrían por los rostros de muchos de los presentes. -"Deligne es el mas grande poeta de todos los tiempo. Es el poeta civil, es el poeta de la patria", expresó uno de los presentes, mientras en la conclusión de las palabras de gracias por la asistencia a la misa de cuerpo presente, un amigos concluía el último verso de uno de sus mejores poemas: "Que linda en el tope estas, dominicana bandera; quien te viera, quien te viera mas arriba, mucho más."

A un lado del altar, el Coro Infantil de la catedral estremecía el escenario con sus tiernas voces, y Paquita Castañer tocaba el piano con dedos de ángel y lagrimas en los ojos, por aquel hombre culto, correcto, exquisito en el hablar, que siempre la trató con tantos afectos y respeto. En el ataúd, Gastón Deligne, con la sonrisa apagada y el cuerpo cubierto por las llagas, se llevaba para siempre los poemas y cartas de amor escritos para aquella pianista que lo subyugaba.

La misa había concluido. En silencio absoluto, el ataúd fue levantado y se inició la procesión hacia el cementerio municipal.

Paquita Castañer siguió tocando el piano de manera apasionada Sus dedos se aferraban a las teclas, que gemían como gime un alma destrozada. Solo se detuvo cuando recibió un suave toque en el hombro y la voz del cura, diciéndole, -"ya hemos terminado hermana".

 La pianista catalana, tenía la sensación de que en los ojos semiabiertos de Gastón, había observado una expresión de ternura que no lograba descifrar. Ignoraba, que para ese escultor de la palabra, ella había sido su gran amor secreto. Ignoraba, que ella fue la musa silente que lo inspiraba. Ignoraba, que aun en la muerte, Gastón Deligne la amaba.

Del libro: Eterna compañera. Autor Sergio Cedeño.

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